Salud Cardiovascular
Las enfermedades cardiovasculares: principales factores de riesgo
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte prematura en Europa, contribuyendo al aumento del coste sanitario, debido al incremento del número de enfermos crónicos.
La aparición de placas de ateroma (aterosclerosis) en la pared de las arterias, es la lesión desencadenante de estos procesos. La placa de ateroma es una acumulación de material (macrófagos muertos, colesterol, ácidos grasos, triglicéridos y restos de lipoproteínas) en la capa íntima de la pared arterial. Esta lesión se origina lentamente, convirtiéndose a la larga en crónica, dando lugar a la obstrucción del flujo sanguíneo arterial. Dependiendo de la situación del vaso afectado, las manifestaciones clínicas del proceso variarán. De esta manera, si el vaso afectado es una arteria coronaria, el paciente padecerá una angina de pecho o un infarto agudo de miocardio; si la arteria afectada se encuentra en el área cerebral, se producirá un accidente cerebrovascular. A menudo, la placa solo produce síntomas cuando se encuentra en estado avanzado, tras algunos años de progresión. La muerte que ocurre por complicación de estas placas de ateroma suele aparecer súbitamente, de forma que las intervenciones terapéuticas no son efectivas. En este escenario, la prevención de estas lesiones aparece como una acción importante en el manejo de esta patología.
Se han asociado distintos factores de riesgo con la evolución de este proceso, clasificándolos en modificables y no modificables. Entre los factores de riesgo no modificables se incluye la edad, antecedentes familiares –predisposición genética- y el sexo. Con respecto a los modificables, la dislipemia -alteración del perfil de lípidos sanguíneos: hipercolesterolemia o hipertrigliceridemia-, tabaquismo, hipertensión arterial, diabetes mellitus, sedentarismo, obesidad y estrés, entre otros, son los más característicos. Los principales factores de riesgo cardiovascular, se recogen en la Tabla 1.
** Son aquellos que se han relacionado a través de estudios epidemiológicos o clínicos con la incidencia de enfermedad cardiovascular, pero que no intervienen directamente en la génesis de la enfermedad, sino a través de otros factores de riesgo directos.
Tabla 1. Factores de riesgo cardiovascular. Fuente: Tratado de nutrición. Gil Hernández A, Ed. Acción Médica. Madrid, 2005: p. 567-592.
La eliminación o correcto control de estos procesos modificables, implica la involución -o no evolución-, de estas lesiones y por tanto la desaparición de sus complicaciones. Los cambios en los estilos de vida, orientados hacia un correcto control de estos factores de riesgo cardiovascular modificables, se han mostrado eficaces en la reducción de la mortalidad y morbilidad causada por las enfermedades cardiovasculares, sobre todo en individuos de alto riesgo. Por ello, una correcta alimentación y la realización de ejercicio físico frecuente deberían ser utilizadas como elementos "pivote" para conseguir ese cambio en el estilo de vida, necesario para disminuir el impacto de los factores de riesgo. Así, alimentación y ejercicio físico se deben convertir en verdaderos garantes de la salud, por su relación con los distintos factores de riesgo y por extensión, con los procesos cardiovasculares.
Importancia de la salud cardiovascular desde el punto de vista salud pública
Las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de mortalidad en los países desarrollados, debido al estilo de vida y al tipo de alimentación.
El primer estudio importante y relevante que relacionó los estilos de vida con las enfermedades cardiovasculares fue el denominado Seven Countries, realizado por Keys y Grande Covián, en el que pudieron comprobar la importancia de la dieta y ejercicio físico para alcanzar un estado de salud cardiovascular óptimo.
Factores como el estrés y una alimentación inadecuada -por ejemplo una dieta con un elevado contenido en grasas y aditivos potenciadores del sabor, alimentos precocinados y una ingesta reducida de productos frescos como frutas y verduras- influyen en la aparición de estas enfermedades, que han sido puestos de manifiesto a nivel global a través de diferentes estudios epidemiológicos como el Nurses Health Study, Adventistas y el Professional Health Study. En todos ellos se evidenció la relación directa entre la ingesta de cereales integrales, frutas, verduras y frutos secos y la disminución del riesgo de contraer enfermedad coronaria y/o trombosis cerebral. Además, en el estudio de cohorte Nurses Health Study, se hizo patente que el consumo de ácidos grasos trans, está directamente relacionado con el riesgo de enfermedad coronaria. De hecho, una reducción del 2% de ácidos grasos trans por otros ácidos grasos insaturados, reducía hasta en un 53% el riesgo coronario. A la vista de diferentes estudios, parece evidente la relación gradual entre el consumo de frutas y verduras y el riesgo de enfermedad coronaria. Se postula una relación dosis- respuesta en la que el riesgo más bajo se alcanza con el consumo de unas cuatro raciones de frutas y verduras al día, mientras que la protección frente al desarrollo de trombosis cerebral alcanza un valor máximo con el consumo de dos raciones de frutas y verduras al día. Puesto que los alimentos vegetales contienen un elevado número de sustancias potencialmente beneficiosas para frenar el desarrollo de aterosclerosis, es prácticamente imposible identificar todos los nutrientes o sustancias responsables de este efecto cardioprotector, así como las concentraciones óptimas. De hecho, numerosos ensayos clínicos han excluido el efecto protector de dosis altas de β-caroteno y vitamina E, cuando se han administrado como suplementos. Esto plantea dudas acerca de si los antioxidantes adicionados -en forma de suplementos-, pudieran tener algún efecto -complementario y/o sinérgico- junto a otros antioxidantes presentes per sé en los alimentos vegetales ingeridos. Con respecto a la presión arterial, el estudio Dietary Approaches to Stop Hipertensión Trial (DASH) evidenció que una dieta basada en alimentos vegetales, rica en frutas, verduras, frutos secos, cereales integrales, productos lácteos desnatados y escasa en carnes rojas, es eficaz para su adecuado control. Otros estudios evaluados, revelan una asociación de aumento de riesgo de morbilidad y mortalidad por enfermedades cardiovasculares -incluyendo la enfermedad coronaria y accidente cerebrovascular-, con un incremento de la ingesta de sodio. Aunque la evidencia de que la ingesta alta de sodio puede tener un efecto adverso sobre la función cardíaca, que es independiente de cualquier efecto secundario debido a los cambios en la presión sanguínea, sin embargo hasta la fecha dicho factor no se considera absolutamente determinante.Principales nutrientes y alimentos en la salud/enfermedad cardiovascular
Cuando el aumento del poder adquisitivo de una población permite sustituir la dieta tradicional por otra más rica y variada, se produce una transición nutricional. La primera etapa implica cambios saludables, que contribuyen a una disminución de la mortalidad por enfermedades infecciosas. Pero si la transición prosigue hacia una alimentación excesiva y de alto contenido calórico, se produce un desequilibrio nutricional que contribuye al aumento de las enfermedades cardiovasculares.
Grasas y aceites Las grasas y aceites se consideran nutrientes esenciales para que nuestro organismo funcione correctamente. Los niveles de colesterol sanguíneo y el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares dependen de la calidad y cantidad de ácidos grasos presentes en la dieta. Al respecto, en la literatura científica aparecen con frecuencia nuevas evidencias relacionadas con los beneficios y riesgos asociados a la ingesta de grasas. De hecho, las directrices aportadas por OMS (Organización Mundial para la Salud) y la FAO (Organización de Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas), relativas a la prevención de enfermedades crónicas mediante la ingesta adecuada de nutrientes en la dieta, recomiendan que el aporte energético de grasa total debe estar comprendido entre el 15 y el 30%; correspondiendo a los ácidos grasos saturados (SFA) un porcentaje inferior al 10%, los ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) deben oscilar en el intervalo 6- 10% y el resto se completará con ácidos grasos monoinsaturados (MUFA). Colesterol El colesterol endógeno es una molécula que se encuentra presente en todas las membranas celulares del organismo y, al ser insoluble en medio acuoso, se transporta por la sangre asociado a proteínas y otros lípidos (fosfolípidos, triglicéridos de ácidos grasos) formando así lipoproteínas. En el plasma sanguíneo, podemos encontrar principalmente dos tipos de lipoproteínas: Las LDL-colesterol (lipoproteínas de baja densidad), transportan el colesterol desde el hígado hasta los distintos tejidos del organismo depositándolo en las paredes de las arterias, favoreciendo así el desarrollo de la ateroesclerosis; por este motivo familiarmente se las denomina como colesterol "malo", debido a que se consideran un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular (ECV). Las HDL-colesterol (lipoproteínas de alta densidad) o colesterol "bueno", se encargan de transportar el colesterol desde los diferentes tejidos hasta el hígado, para que sea eliminado y metabolizado, siendo el proceso beneficioso para el organismo. Así, una concentración baja de colesterol HDL en plasma, incrementa el riesgo sufrir enfermedad cardiovascular. Aunque no existe una relación directa dosis-dependiente positiva entre la ingesta de colesterol a través de la dieta y las concentraciones en sangre de colesterol LDL, es importante resaltar que el colesterol en la dieta se obtiene de alimentos que son fuente importante de ácidos grasos saturados, como por ejemplo: lácteos y derivados, productos cárnicos y huevos. Triglicéridos Los triglicéridos endógenos son grasas que se sintetizan en el hígado, encontrándose también en determinados alimentos (exógenos). Los triglicéridos circulan por el torrente sanguíneo y son transportados por unas lipoproteínas -denominadas quilomicrones- que se producen en el intestino delgado, llegando hasta los tejidos donde se utilizan como reserva energética para cubrir las necesidades metabólicas de los diferentes órganos. Ácidos grasos saturados (SFAs) En la actualidad podemos afirmar que el aporte dietético de ácidos grasos saturados, contribuye al incremento de los niveles séricos de colesterol total, aunque conviene resaltar que no todos los ácidos grasos presentan el mismo efecto, ya que va a depender de la longitud de la cadena carbonada. En general, la ingestión de ácidos grasos saturados induce un aumento del colesterol total -a expensas del colesterol LDL-, tanto en lo que respecta al ácido láurico procedente del aceite de coco, como al ácido mirístico, presente en productos lácteos no desnatados y al ácido palmítico -en la grasa de la carne y en el aceite de palma-. En cambio, dada la rápida metabolización en el organismo del ácido esteárico a ácido oleico (monoinsaturado), éste no influirá en el incremento significativo de las cifras de colesterol LDL. Otros efectos negativos importantes asociados a una ingesta elevada de ácidos grasos saturados son la mayor oxidación de las LDL, la tendencia a aumentar la presión arterial y un riesgo mayor de sufrir trombosis. En relación a lo expuesto anteriormente, es obvio que para seguir una alimentación saludable, se debe rebajar el consumo de ácidos grasos saturados, pero debemos ser conscientes que no hay que restringir sólo las grasas de origen animal, ya que un aporte nada desdeñable de estos ácidos grasos -no saludables- procede de bollería industrial y productos tipo aperitivo. En el etiquetado de estos productos se especifica que se han elaborado con grasas vegetales, lo que hace que el consumidor interprete erróneamente que son cardiosaludables cuando, en realidad, el aporte de grasa saturada de estos alimentos (por ejemplo aceites de coco y de palma) puede ser elevado.
Dieta cardiosaludable
¿Sabias que?
Pautas dietético‐alimentarias en enfermedades cardiovasculares

*Los alimentos señalados con un asterisco, deben limitarse en pacientes con sobrepeso o hipertrigliceridemia, debido a su riqueza calórica. Adaptada de las recomendaciones de la SEA. Cocinado: con poco aceite (oliva). Evitar en lo posible los fritos y guisos. Preferible a la plancha, horno, microondas. Retirar la grasa visible de la carne antes de cocinarla. Frecuencia recomendada de carnes y aves: carnes magras, dos días por semana; pollo, pavo sin piel o conejo, dos o tres días por semana. Cantidad recomendada: una sola vez al día, no más de 200 g. Condimentos: todo tipo. Sal con moderación.
Tabla 2. Pautas Dietético-alimentarias en enfermedades cardiovasculares.
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